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La importancia del buen trato.
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La importancia del buen trato como regla y no como excepción

Nadie nace odiando a otra persona por el color de su piel, o su origen, o su religión. La gente tiene que aprender a odiar, y si ellos pueden aprender a odiar, también se les puede enseñar a amar, el amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario. -Nelson Mandela

La desigualdad se aprende y se deconstruye, se transmite y se cuestiona, se impone y se enfrenta. No hay ni una sola generación educada en igualdad y debemos abordarlo como un reto, ya que no alcanzarlo será un fracaso.

Hablar de igualdad es hablar de feminismo y de apostar por un legado de justicia social no solo para las futuras generaciones sino también para las presentes. Porque al nacer no percibimos la desigualdad, sino la diferencia y lo que debería de ser enriquecedor. Lo convertimos en obstáculos a través de roles y estereotipos que condicionan como será nuestra vida futura atendiendo solo a diferencias físicas sobre las que se sustentan desigualdades que nos perjudican como sociedad.

Construyen nuestras identidades, desde que nacemos con elementos externos y aprendemos desigualdad y maltrato hasta el punto de hacer del buen trato la excepción y sospechar de toda aquella persona que lo ejerce con la desconfianza de que en algún momento modificará su comportamiento.

La importancia del buen trato

Apostar por la importancia del buen trato es hacerlo por las relaciones igualitarias y saludables en la que los mandatos de género no tienen cabida. Esos que desde la infancia condicionan a las niñas para el amor, el cuidado y la belleza y a los niños para la acción, el poder y el ejercicio de la fuerza. Y no hay más que repasar lo que consumimos a diario para descubrir en personajes y tramas las figuras del rey frente a la sierva, el guerrero frente a la vencida, el amante frente a la doncella y el mago frente a la aprendiz.

¿Qué es lo que no estamos haciendo? ¿Cómo es posible que en sociedades democráticas las cifras de la desigualdad cuestionen la propia democracia? y entre los motivos más relevantes, la desigualdad aprendida y normalizada.

Del mismo modo que apostamos por el consumo responsable en alimentación y ámbito textil, vamos a crear un espíritu crítico en las generaciones presentes y futuras que cuestione desde la infancia todos y cada uno de los espacios en los que se puede crear igualdad. Hablamos de los estereotipos de género, de los juguetes y juegos que siguen siendo de niños y niñas, de buscar nuevos referentes culturales en los que las mujeres encuentren un lugar, de evitar esos modelos que hacen que las niñas a partir de los seis años se sientan menos inteligentes que los niños, que el mercado laboral sea no solo paritario, sino igualitario, de poner en valor los cuidados y los espacios afectivos.

Los niños siguen nuestro ejemplo, no nuestro consejo

Es imposible avanzar como sociedad, cuando la mitad va por detrás, cuando la mitad de la población, la femenina, no lo representa en nada y el buen trato sigue siendo una excepción. La normalización del maltrato tiene que ver con la construcción de las identidades masculina y femenina, como a las niñas las educamos en el miedo y en el agrado y a ellos en el poder, la ausencia de los espacios afectivos y la invulnerabilidad.

Educar sin género implica transformar para la importancia del buen trato. Partiendo de una premisa básica y es que las niñas y los niños siguen nuestro ejemplo no nuestro consejo. Porque las niñas no están más guapas calladitas y los niños si lloran, y así, cuestionando cada gesto, cada palabra, cada hecho que dinamita la igualdad real entre mujeres y hombres, que asienta el maltrato como norma para relacionarnos.

Las relaciones igualitarias y saludables ponen en valor el mundo de los afectos. Implican una sexualidad afectuosa que no se nutra de la pornografía y la prostitución. Donde la heterosexualidad no sea la norma, donde el cuerpo de las mujeres no se cosifique ni se colonice, donde la violencia no se normalice.

¿Educamos a personas libres, seguras de sí mismas y respetuosas con la diferencia?

La respuesta es que no. Que educamos atendiendo al sexo, con condicionamientos por sexo, partiendo de que niñas y niños son desiguales cuando solo son diferentes y eso lejos de ser un inconveniente es una ventaja y son las bases de una sociedad igualitaria y de relaciones saludables desde la importancia del buen trato.

Las niñas y niños son seres presentes que deben ser libres para expresarse como deseen sin imposiciones sociales y hacerles impulsores del cambio necesario para normalizar el buen trato entre mujeres y hombres del futuro.

Habilidades del buen trato

El buen trato, sin embargo, no solo se debe dar entre hombres y mujeres o entre personas de diferentes razas, sino entre cada individuo de esta sociedad. El fin del buen trato es vivir en armonía, de forma respetuosa y apoyándonos unos a otros como individuos que viven en una sociedad. Así pues, hay una serie de habilidades de buen trato básicas que deberíamos aplicar todos en nuestra vida en aras de la igualdad, el respeto, la justicia social y la concordia:
  1. Sentirse seguro de sí mismo. Cuando nos sentimos bien con nosotros mismos y expresamos nuestros deseos y experiencias sin complejos, nos relacionamos mejor con los demás y creamos lazos de afecto más fuertes.
  2. Conocerse a sí mismo. Con conocernos a nosotros mismos hablamos de definirnos como persona: cómo pensamos, qué nos gusta, cómo nos comportamos ante determinadas situaciones agradables y estresantes. Reafirmarnos en nosotros mismos de forma positiva hace que fragüemos una relación más sana con todo nuestro entorno.
  3. Aplicar la escucha activa. Compartamos lo que opinamos y sentimos, pero también escuchando activamente a los demás a cambio. Esta escucha activa consiste en enfocarse en cómo se siente el otro, qué le preocupa, qué le agrada, qué necesita. En definitiva, es reciprocarse unos a los otros con el mismo lenguaje.
  4. Sembrar paz. Debemos enfrentar y manejar los problemas desde el respeto, la empatía, la diplomacia, la flexibilidad y la consideración por los sentimientos y emociones del prójimo.
  5. Aprender a negociar. En definitiva, a dar y a recibir. Para ello debemos tolerar la frustración, aprender a reclamar lo nuestro, pero también a ceder para atenuar un conflicto enraizado en alguna discriminación de índole cultural o social.
  6. Aceptar y celebrar las diferencias. Esto no es sencillo, ya que cada uno tenemos nuestros estándares y prejuicios inconscientes sobre las personas en función de sus circunstancias. Es por ello que hay que apreciar la diversidad como un atributo positivo y enriquecedor en el plano social y personal.

Categorizado en: Educación y Sociedad

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