Genie nació normal físicamente pero comenzó a hablar un poco tarde. Un médico familiar consideró que quizás la niña tuviese un posible retraso mental. Su padre, temiendo que las autoridades le quitaran a su hija, decidió recluirla en la casa. Hasta los 13 años, Genie sólo tuvo contacto con su padre. Permanecía encerrada en su cuarto, vestida únicamente con un pañal y atada a una silla-orinal. De noche, el padre la ataba y la dejaba en una jaula dentro de una bolsa de dormir.
No podía emitir ningún sonido. Si lo hacía, su padre la golpeaba o la asustaba. Genie no sabía comer ni ir al baño por sí sola. Los alimentos (comida de bebé, cereales y huevos cocidos) se los daba el padre. El cuarto de Genie, sin juguetes ni adornos, tenía las ventanas tapadas, sólo había un pequeño hueco en la parte superior de los cristales. La niña, durante 13 años, podía ver exclusivamente 5 centímetros de cielo y parte de la casa del vecino. En 1970, la madre de Genie consiguió escapar con sus hijos. La niña fue internada en el Children’s Hospital de Los Ángeles. Andaba de forma extraña, escupía, casi no emitía sonidos y se masturbaba en público. Es comprensible el gran interés suscitado por la cuestión de si Genie sería capaz de aprender aquellas habilidades básicas como lenguaje, movimiento y memoria espacial, así como de establecer interacciones con otras personas y lazos afectivos. Los científicos integrantes comenzaron a instruirla y a aplicarle toda clase de pruebas relacionadas con aprendizaje. Adquirió rápidamente un vocabulario de unos cientos de palabras, pero apenas hablaba, y cuando lo hacía emitía las palabras en tonos agudos y cortos, sin variación en el tono, de manera que resultaban difíciles de comprender. En cualquier caso, los investigadores decidieron que no es posible desarrollar el lenguaje si no existían interacciones y lazos afectivos con otras personas. Los niños aprenden a construir frases progresivamente, empezando con secuencias de palabras sin orden establecido hasta la formación de oraciones con sintaxis correcta, a través de escuchar a otros, de preguntar y ensayar. Es de destacar que este proceso ocurre sin una instrucción específica, por iniciativa del niño. En el caso de Genie, sin embargo, el proceso había quedado estancado en la primera fase; sólo era capaz de emitir palabras sin un orden lógico, pese a que estaba siendo expresamente educada para ello. Algunos lingüistas de la época, consideraban la sintaxis como una función biológica del cerebro, innata más que aprendida de otras personas. Tal vez Genie había perdido la oportunidad de desarrollar dicha área del cerebro en el periodo adecuado (la infancia, hacia los 3 años). En el caso de Genie se descubrió que el hemisferio izquierdo era casi inactivo, y los resultados en sus pruebas de habilidad eran las propias de una persona con el hemisferio izquierdo extirpado. Se desconoce si esta situación es producto de la falta de estimulación adecuada durante el desarrollo o bien de una deficiencia de nacimiento.
Parece que el ser humano viene equipado de manera innata de la capacidad de distinguir un gran número de sonidos específicos para el habla, de los cuales sólo sobreviven y se desarrollan aquellos que son percibidos en el periodo preadolescente. Este periodo, llamado “período crítico”, es fundamental para el desarrollo de distintas capacidades cognitivas, entre las que se encuentra el lenguaje articulado, debido a la gran plasticidad sináptica del cerebro.
Finalmente queda destacar que el comportamiento de Genie al explorar objetos nuevos era propio de los niños de 18 a 20 meses. Al estudiar un objeto, lo palpaba con los dedos, la boca y áreas adyacentes de la cara. Su vista no había adquirido la predominancia sobre los demás sentidos, como ocurre normalmente.
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