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La economía de la felicidad
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La economía de la felicidad

“El dinero no da la felicidad, pero ayuda bastante”. Es evidente que el nivel de ingresos afecta claramente a nuestra felicidad, y en torno a esa idea han girado las políticas económicas de la era contemporánea: nuestros políticos traducen un mayor PIB, una mayor tasa de crecimiento y mayor renta en incrementos de los niveles de felicidad. ¿Están en lo cierto?

Algunos estudios demuestran que los países ricos presentan  índices de  felicidad más altos, pero hay algunos casos de países con renta per cápita mucho más baja que se  sitúan por encima de otros con renta per cápita mucho mayor. Parece ser que la felicidad adicional de los países más ricos –proporcionada por una renta más alta- , se contrarresta con la infelicidad derivada de unas relaciones sociales menos armoniosas, la falta de tiempo, etc. Entonces, ¿es tan sólida la relación entre el dinero y la felicidad? ¿Qué otras variables afectan directamente a nuestra percepción de la felicidad?

Existen múltiples variables que afectan a la felicidad personal de cada uno, como experiencias y sentimientos positivos, por ejemplo el gozo y el orgullo por los logros personales, pero hay variables mucho más genéricos que afectan directamente a nuestra satisfacción.

La educación influye en la felicidad

La educación tiene una fuerte influencia en el bienestar subjetivo. Mientras que la población que ha concluido la educación primaria en los países de la OCDE otorga una calificación de 6.2, esta cifra asciende al 7.1 entre las personas con educación superior.

Layar señala que hace falta una mejora de la educación moral, algo que se escapa de la esfera escolar. Incide en la necesidad de incluir la ciudadanía en los planes de estudios, que no se limiten a la impartición de materias aleatoriamente, sino que se incida en la implicación del alumno como individuo dentro de una sociedad, como ciudadano.

Un ciudadano que vivirá por y para el trabajo. Al respecto, Hamilton propone  la “reducción de escala” (downshifting) que significa en síntesis: trabajar menos y reducir también los ingresos, consecuentemente el consumo a cambio de más tiempo libre y un ritmo de vida que permita conciliar mejor la actividad laboral y la vida cotidiana con la intimidad familiar y la vida social.

Economía de la felicidad: la jornada laboral ideal

Con una tasa típica de crecimiento de un 2% en productividad laboral, si los frutos correspondientes se recogiesen en forma de reducción de  tiempo de trabajo en lugar de ingresos más altos, se podría bajar de una jornada laboral semanal de 40 horas a una de 15 horas semanales en 50 años manteniendo los niveles actuales de ingresos. La semana de 30 horas se podría alcanzar en 10 ó 15 años sin modificar  los niveles actuales de renta.

Quizá podríamos plantearnos un cambio en la economía, la economía de la felicidad, una que tenga en cuenta las variables que determinan nuestro bienestar, lo que importa realmente.

Categorizado en: Gestión Empresarial

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