Tener una buena idea no significa necesariamente que funcione en el mercado. Quienes emprenden, y también quienes innovan dentro de una empresa, lo saben bien.
Y es que convertir una intuición en algo verdadereamente útil requiere más que entusiasmo. Hace falta saber si alguien lo necesita, si es comprensible o si realmente resuelve un problema.
Y antes de dedicar tiempo y presupuesto, es clave validarlo. Ahí es donde entra en juego el Producto Mínimo Viable (MVP).
Un Producto Mínimo Viable (MVP) es una versión reducida, pero funcional, de un producto o servicio, construida con el objetivo de recoger información y comprobar si la propuesta de valor realmente conecta con quien la recibe. Y si no lo hace, descubrir por qué.
Esta es, en esencia, la definición de producto mínimo viable que manejan la mayoría de metodologías ágiles, cuya apuesta es validar rápido y aprender durante el proceso.
Cuándo conviene empezar por un MVP
Sin embargo, no todas las ideas necesitan validarse de inmediato ya que si el problema es conocido y el público objetivo está muy bien definido, tal vez se pueda avanzar con una propuesta más desarrollada.
Pero cuando hay incertidumbre sobre la necesidad real, sobre el uso que se le dará al producto o sobre el lenguaje que mejor comunica su valor, un producto mínimo viable puede ofrecer respuestas claras antes de invertir un volumen mayor de recursos.
Qué necesitas saber antes de desarrollar tu primer MVP
La base de todo producto mínimo viable es:
Entender a quién va dirigido.
Qué problema tiene esa persona.
Cómo lo intenta resolver y qué espera de una posible solución. (Esto exige escuchar antes de empezar a desarrollar).
También es importante tener una visión clara del valor que se quiere aportar y no incluir muchas funciones, sino centrarse en la principal.
Cómo dar forma a tu producto mínimo viable sin complicarte demasiado
Una vez hecho lo anterior, muchos se preguntan ¿cómo hacer un producto mínimo viable? Pues bien, cuando se tiene claro el problema, el público y la solución básica, llega el momento de convertirlo en algo concreto.
Hablamos de una web sencilla que explique la propuesta, un vídeo corto que muestre su uso, una simulación de servicio hecha de forma manual o incluso una conversación directa con posibles usuarios mostrando una maqueta o una demo.
En este punto es clave entender la diferencia entre prototipo y producto mínimo viable ya que mientras el primero sirve para visualizar una idea, el segundo está pensado para validar hipótesis de mercado.
Debes saber que no hay una única forma de hacerlo, y eso es una ventaja. Lo importante es que esa primera versión se pueda compartir, usar, comentar y, en definitiva, que genere una reacción.
Una vez tienes claro qué problema resuelves y con qué propuesta, llega uno de los momentos clave: compartirlo.
Pero lanzar un producto mínimo viable no consiste en llegar a todo el mundo, más bien se trata de elegir a muy bien quién y cómo quieres probarlo.
Es recomendable empezar con unos pocos usuarios, incluso conocidos, o también puedes crear una lista de personas interesadas antes de tenerlo listo. Sea como sea, lo esencial aquí es comunicar con claridad dejando claro que esto es una primera versión, no el producto final.
En muchos casos, lo más útil es acompañar esa primera experiencia con una conversación. Preguntar qué entendieron, qué les gustó, qué no funcionó y escuchar bien puesto que de esas primeras impresiones puedes sacar mucho más de lo que imaginas.
Aquí es donde se aplica el mvp en marketing, que busca testear la propuesta desde el primer momento.
Qué suele fallar en un producto mínimo viable
Uno de los errores más comunes es querer incluir demasiadas cosas desde el principio. Otro, no dar contexto suficiente para que quien lo prueba entienda lo que se espera de él. También es habitual no recoger feedback de forma estructurada o no saber qué hacer con lo que se recibe.
Evitar estos fallos implica ser claro en lo que se ofrece y, sobre todo, implica estar abierto a escuchar y reajustar el producto si fuera necesario.
Qué mirar para saber si ha funcionado
No basta con contar cuántas personas han usado el MVP. Hay que analizar cómo lo han hecho, si han entendido su utilidad, si lo recomendarían. Las métricas ayudan, pero también lo hacen los comentarios directos, las dudas que surgen, las preguntas que se repiten.
Un buen indicador es la capacidad de aprendizaje, es decir, si después de lanzar el MVP sabes algo que antes no sabías y especialmente algo que te hace cambiar, confirmar o enfocar mejor la propuesta, entonces ha cumplido su función.
Este aprendizaje forma parte esencial del análisis de viabilidad de un producto, porque permite decidir con datos si la solución es escalable o debe repensarse. Así comienza también el estudio de viabilidad de un producto, un proceso que conecta la experimentación inicial con decisiones más estratégicas.
Qué viene después del MVP
Aunque un MVP haya sido todo un éxito, no quiere decir que se haya llegado al final del proceso. De hecho, lo que viene después depende mucho de los que se haya descubierto. Si los primeros resultados han sido buenos, animan a seguir en la misma dirección. Si, por el contrario muestran que algo importante no encaja, habrá que ajustar el enfoque, reforzar ciertas funciones o incluso replantear partes clave del proyecto.
Si quieres más información sobre el producto mínimo viable, te invitamos a ver el siguiente webinar de Territorio INESEM, en el que charlamos con Pere Juárez sobre MVP y su importancia en el desarrollo de productos.
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