Cuando lees en periódicos de tirada nacional o prensa on-line noticias como que el 99% de las aves marinas en 2050 habrá ingerido plástico o que en el mundo se tiran 8 millones de toneladas de plástico cada año al mar, no podemos dejar de preguntarnos ¿qué estamos haciendo tan mal como para llegar a éste punto?. Los plásticos son aquellos materiales que, compuestos por resinas, proteínas y otras sustancias, son fáciles de moldear y pueden modificar su forma de manera permanente a partir de una cierta compresión y temperatura. Su producción aumenta cada año y lógicamente con ella, las cantidades residuales de éste. En los últimos años ha aumentado la preocupación por las pequeñas partículas conocidas como micro-plásticos y sus posibles repercusiones. Estas partículas, normalmente, inferiores a 5 mm tienen su orígen por el deterioro de fragmentos de mayor tamaño y pueden ser ingeridas por organismos marinos como aves, mamíferos y tortugas. Estos compuestos son tóxicos, acumulables en el organismo y persistentes.
El daño que un gran trozo de plástico puede hacer a un animal marino es conocido y lógico, pero cuando se produce con un tamaño mínimo, su ingesta puede tener efectos perjudiciales para la salud del animal por la presencia de éste en su tracto digestivo o a través de la liberación de sustancias químicas, y éste último, está mucho menos documentado y claro.
Es triste reconocer como una verdad absoluta, que nuestros océanos se han convertido en un inmenso vertedero de plástico y poco o nada hacemos para cambiar esta vergonzosa realidad. Según un estudio publicado en la prestigiosa revista Science, sólo en 2010 se vertieron al mar 8 millones de toneladas de plástico aproximadamente.
Otro estudio, ésta vez publicado en la revista PNAS predicen datos más alarmantes aún para 2050, que según Chis Wilcox, autor principal del estudio e investigador en la Organización para la investigación Industrial y Científica de la Mancomunidad de Australia (CSIRO) cree que estos riesgos en los que se encuentran las aves marinas pueden ir mitigándose con sencillas medidas que marcan la diferencia.
Investigadores de la famosa expedición Malaspina ya advertían de la presencia de éstas micropartículas: “No sabemos lo que está pasando con todo ese plástico en el fondo marino, otras mediciones recientes de las capas profundas del océano han detectado una gran abundancia de microplásticos, dice, y todas estas piezas del puzzle apuntan a que hay un tránsito vertical del plástico desde la superficie al fondo marino cuyas consecuencias son desconocidas” reconocía Cózar, quien continuaba diciendo que «Se ha comprobado que los peces mesopelágicos contienen contaminantes bioacumulativos. Y los atunes y peces espada son consumidores de estos pequeños peces. Pero nadie, que yo sepa, ha estudiado si en estos grandes depredadores también hay estos contaminantes».
Este investigador de la Universidad de Cádiz y primer firmante del trabajo cree que estas cantidades solo suponen un 1% de todo el plástico que hay en los océanos.
Sea como fuere, el caso es que nuestros océanos están muy contaminados, con ello, los organismos marinos que lo habitan, y en última instancia, el consumidor final de estos seres, o sea, el ser humano. Por lo que a la vista de la cadena trófica y el sentido lógico de ésta, acabamos siendo comensales de nuestra «mala gestión», y sólo hace falta una analítica de sangre para saber que ésto es así. Por lo que hay que agudizar el sentido común desde unas políticas efectivas, leyes más coherentes con el tejido empresarial y mayor concienciación del problema a nivel personal.
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