Hace algún tiempo, redactamos una serie de entradas monográficas en este Canal, dedicadas a uno de los fenómenos de salud colectiva más presentes en nuestra sociedad: el Estrés.
Definimos en su momento la forma en que el estrés se originaba y porqué, los mecanismos físicos y psicológicos que se desencadenaban y su relación y repercusiones en el ámbito laboral.
Apuntamos también una idea clave, que cada vez más, se está viendo confirmada por los diversos estudios y experimentos que se han desarrollado sobre la materia. La idea es la siguiente. Tradicionalmente se ha distinguido entre estrés negativo (distrés) y estrés positivo (eustrés), pero paradójicamente las respuestas fisiológicas del organismo tanto en un caso como en otro son las mismas. Se generan las mismas hormonas (adrenalina, noradrenalina y cortisol) y las mismas respuestas fisiológicas: pulso acelerado, aumento de la presión sanguínea, mayor aporte de glucosa y grasa al flujo sanguíneo (para tener más energía), respiración acelerada, músculos tensos, etc. Es decir, el organismo entra en estado de alerta. Y aquí está la paradoja, si las reacciones físicas son las mismas, ¿porque un tipo de estrés podía llegar a convertirse en un serio problema de salud y el otro no? ¿Por qué el distrés nos erosiona física y psicológicamente mientras que el eustrés hace justo todo lo contrario?
La respuesta que apuntábamos, es que es nuestro propio organismo el que “decide” si el estrés generado es beneficioso o no. Pero nuestro organismo no “decide” de manera autónoma como interpreta ese estrés, ya que lo hace en función de cómo nosotros mismos, de manera consciente, lo interpretamos y lo racionalizamos. En otras palabras y simplificando al máximo: si interpretamos que los mecanismos del estrés que se originan en nuestro cuerpo son negativos, influirán negativamente en nuestro cuerpo. Si interpretamos que dichos mecanismos son una respuesta natural y positiva de nuestro organismo, ante un determinado estímulo, influirán de manera positiva en nosotros.
Esta es la idea central, de la mundialmente conocida exposición que la psicóloga estadounidense Kelly McGonigal: Cómo convertir el estrés en tu amigo, hizo para la plataforma TED Ideas Worth Spreading. En ella McGonigal, remarcaba la afirmación anterior, basándose en los últimos estudios sobre la materia (algunos desarrollados durante casi una década), en los que queda patente, que ante los mismos estímulos estresantes y con las mismas reacciones fisiológicas que estos provocan en el organismo, según la persona y dependiendo de su capacidad para racionalizarlos y entenderlos, estos pueden llegar a ser destructivos o ser constructivos para nuestra salud. Es decir, pueden llegar a ocasionar serios problemas de salud (incluso la muerte), o por el contrario, si están bien canalizados, pueden llegar a ser una ayuda inestimable para abordar el problema o circunstancia que nos causa el estrés, de una manera más eficiente, más productiva y más creativa.
La cuestión no sólo queda aquí, ya que además el manejo que hagamos del estrés puede ayudarnos también desde el punto de vista social. Otra de las sustancias que se segregan durante los procesos de estrés es la oxitocina, conocida popularmente como la “hormona de la felicidad o de los abrazos” (ya que es la misma que el organismo segrega cuando abrazamos a un ser querido y nos provoca ese estado de bienestar instantáneo). Esta hormona, además de actuar como un mecanismo de seguridad para nuestro sistema circulatorio, al disminuir la presión arterial y ensanchar los vasos sanguíneos, hace que en momentos de estrés, el ser humano como animal social que es, necesite recibir o necesite tener un contacto social más estrecho y permanente con sus semejantes, (si estos semejantes pertenecen al círculo de sus seres queridos todavía más), porque precisamente ese contacto aumenta los niveles de oxitocina en nuestro organismo y esta aumenta nuestro nivel de bienestar.
Estas son las dos ideas principales, que McGonigal establece como claves para conseguir transformar el estrés de enemigo en amigo: la primera saber afrontarlo: “este es mi cuerpo ayudándome a enfrentarme a este reto”. La segunda, elevar los niveles de oxitocina mediante una vida social más rica y afectiva, acercándonos más a los demás, algo tan fácil como abrazar y dejarse abrazar por nuestros seres queridos siempre que se quiera, se pueda o se necesite.
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