En los últimos años, la sociedad ha dado pasos importantes en su concepción acerca de la discapacidad y su entorno.Poco a poco, se van superando viejos prejuicios que estereotipan y califican a quienes tienen alguna discapacidad como «menos personas» que quienes no la tienen.
Todos estos avances sociales han tenido y tienen su reflejo en el lenguaje, porque el lenguaje es el reflejo de las personas y sociedad que lo habla. Con el lenguaje expresamos lo que está escrito en nuestras mentes, como grupo y como seres individuales.
La importancia del lenguaje
El lenguaje no sólo es una cuestión de forma, sino una cuestión de fondo, por ello, este documento pretende ser una herramienta de análisis y reflexión que implique un cambio en nuestras mentalidades que tenga su reflejo en el lenguaje, y que un cambio en nuestro lenguaje propicie una evolución positiva en nuestras estructuras mentales y, por consiguiente, un desarrollo en nuestra persona y un adelanto de nuestra sociedad.
Hablamos de un uso discriminatorio del lenguaje, y no de lenguaje discriminatorio, porque nuestro idioma no es en sí discriminatorio: lo que discrimina es el uso que se haga de él. La discriminación no está en el lenguaje, sino en la mente de las personas.
Hasta hace pocas décadas, tener una discapacidad equivalía a ser persona de segunda categoría: para las familias era una desgracia o una vergüenza; para las gentes del entorno cercano, alguien a quien compadecer o alguien objeto de nuestras burlas; en general, en la concepción social más generalizada, una carga, algo no deseado.
La persona con discapacidad como objeto de nuestras burlas quedaba patente en una figura característica en cada municipio de la península donde siempre existía la tonta o el tonto del pueblo. Esto también se manifestaba en las políticas públicas y privadas que, respecto a estas personas, eran prácticamente inexistentes y, las que había, tenían un carácter marcadamente asistencialista.
Esta concepción peyorativa de las personas con discapacidad psíquica tenía y tiene su reflejo en el uso de un lenguaje ofensivo y discriminatorio. Palabras como imbéciles, idiotas, tontas y tontas, retrasadas y retrasadas y muchas más son ejemplo de ello.
Afortunadamente, las cosas están cambiando. El respeto a la diversidad, eje sobre el que se cimenta el desarrollo histórico y social en nuestros días, supone un avance hacia una la sociedad que se va sensibilizando y comprendiendo que cualquier persona, independientemente de que tenga discapacidad o no, es ante todo persona. Las ideas y palabras claves son tolerancia, respeto a la diversidad, igualdad de derechos y conocimiento.
Definiciones de la OMS de diferentes tipos de discapacidad
Prueba de ello es la propuesta de definición realizada por la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la OMS una discapacidad «es toda restricción o ausencia (debida a una deficiencia) de la capacidad de realizar una actividad en la forma o dentro del margen que se considera normal para un ser humano.» Basándose en esta definición nos ofrece una triple definición, con la que se aclaran también los términos de Deficiencia, Discapacidad y Minusvalía.
Deficiencia: “Toda pérdida o anormalidad de una estructura o función psicológica, fisiológica anatómica”
Discapacidad: “Toda restricción o ausencia (debida a una deficiencia) de la capacidad de realizar una actividad dentro del margen que se considera normal para un ser humano”
Minusvalía: “Toda situación desventajosa para una persona, consecuencia de una deficiencia o de una discapacidad, que limita o impide el desempeño de un papel o función que se considera normal en su caso (en función de la edad, sexo y factores sociales y culturales”
El proceso de cambio en las concepciones sociales consiste en percibir a las personas con discapacidad como a cualquier otra persona con los mismos sentimientos, los mismos deseos, las mismas aspiraciones, problemas y con las capacidades suficientes para llevar una vida autónoma y enfrentarse a su realidad a través del principio de Normalización
La normalización supone que estas personas deben vivir, estudiar, trabajar y divertirse en los mismos lugares tal y como lo hacen las personas de su misma edad.
La normalización también ha de ser entendida como la incorporación de la dimensión de la discapacidad en todas las políticas sociales y económicas, más que en la formulación de una política específica para la discapacidad. Para ello es necesaria la participación; es necesario que las personas con discapacidad y sus familiares sean agentes activos en este proceso.
El quid de la cuestión está en que los demás miembros de la sociedad seamos capaces de brindar los medios, dotar de recursos y quitar las barreras para que puedan desarrollar sus potencialidades y llevar una vida normalizada como ciudadanas y ciudadanos de pleno derecho.
En los últimos años, van surgiendo nuevas palabras para nombrar de otras formas a las personas con retraso mental y otras discapacidades: retardo mental, retraso intelectual, invidente, persona con movilidad reducida…. Con cada denominación, se intenta afinar, definir con mayor exactitud el hecho de la discapacidad y, además, se pretende eliminar cualquier resquicio peyorativo a las denominaciones.
La cuestión no está en inventar cada vez más y más palabras o crear un lenguaje políticamente correcto para designar el hecho de la discapacidad. Las personas con discapacidad existen, igual que existen mujeres y varones, personas blancas y negras, altas y bajas, adultas, adolescentes, bebés y ancianas…
La diversidad enriquece
El problema no está en la diversidad, en la existencia de gente diferente, más bien todo lo contrario: la diversidad enriquece. El problema está en la valoración desigual que se hace de la diferencia, lo cual convierte la diferencia en desigualdad.
Por ello, con toda nuestra mejor intención podremos sacar a la luz vocablos nuevos, pero esto de nada vale si no eliminamos de nuestras cabezas la concepción de que quienes tienen discapacidad, al igual que las personas de cualquier otro colectivo excluido o en riesgo de exclusión, son personas de segunda categoría. De nada sirve puesto que, con el tiempo, esos conceptos adquirirán otra vez ese sentido discriminatorio y tendríamos que volver a crear otros.
De ahí, nuestra insistencia en que el lenguaje no sólo es una cuestión de forma, sino una cuestión de fondo y, por ello, al hablar del uso no discriminatorio del lenguaje, no nos referimos al lenguaje políticamente correcto.
El reto de la sociedad debe ser romper los estereotipos y prejuicios y demostrar que somos capaces de poner los medios y derribar las barreras para que las personas con discapacidad puedan desarrollar sus potencialidades y llevar una vida normalizada hasta que un día no haya «ellas y ellos», sino «todas y todos».